domingo, 19 de mayo de 2013

ALMUTAMID, pieza para sombras

PRÓLOGO



Aparece IBN AMMAR, seguido de su criado DARIR.
El primero es una forma estilizada y estática. El segundo, un joven ágil y delgado.


IBN AMMAR. Hay una luna desangrada sobre la tumba de Almutamid.

Se alumbra una sepultura.

Su gloria fue como el sol, en altura y brillo. Hoy ves aquí un rectángulo de muerte. Al menos te roza la plata.

DARIR. Mi señor, no nombréis la plata.

IBN AMMAR. No cabe nada en tus ojos de muerto.

DARIR. Mi señor, no habléis a los muertos.

IBN AMMAR. El sol no puede contar los ojos de los muertos.

DARIR. Lamenta la muerte del rey de Sevilla.

IBN AMMAR. La tierra te araña la cintura.

DARIR. Mi señor Ibna Ammar, no lloréis más la muerte del rey de Sevilla. Dejad que descanse, igual que descansamos nosotros.

IBN AMMAR. Nosotros no descansamos, pequeño Darir. Nosotros estamos siempre llorando porque tenemos un hoyo en la garganta.

DARIR. Este es mi señor Ibn Ammar. Fue visir del reino de Sevilla y favorito del rey Almutamid. Hoy está muerto, y aunque veáis a un hombre joven y hermoso, es un anciano de doscientos años. Le arrastra la sangre como una cadena. Se ha hecho de noche. Hemos atravesado la ciudad para venir a este caseta diminuta, igual que hacemos todas las primaveras, a recordar al rey Almutamid, que gobernó Sevilla y murió en el destierro. Su reino alcanzaba desde el  Algarve hasta Almería.

IBN AMMAR. He bañado el jazmín en el estanque, pero el agua ha rebosado. Lo ha echado todo a perder, y va a entrar por las ventanas de la casa. ¿Cómo vamos a volver a al-Ándalus?

DARIR. Mi señor, no levantéis la voz. Hay muertos que nos siguen, y no quisiera tener que salir corriendo. El viejo rey de Marruecos nos odia. Necesitamos un viento nuevo y un amanecer para volver a Andalucía.

IBN AMMAR. Darir, ¿no escuchas nada bajo los azulejos?

DARIR. No escucho nada, señor.

IBN AMMAR. ¿Tú crees que puede vernos Almutamid?

DARIR. No, señor. No puede vernos.

IBN AMMAR. La tierra le ha desgarrado las pupilas. Era un muchacho hermoso cuando yo lo conocí en la ciudad de Silves. Vamos a volver a al-Ándalus. Ensilla los caballos.

DARIR. Al fin y al cabo, ¿quién ha dicho que los muertos no pueden viajar? Mi señor Ibn Ammar fue el preceptor del rey Almutamid.

IBN AMMAR. El rey descansa en esta ciudad de las montañas de África.

DARIR. ¿Y no descansamos nosotros?

IBN AMMAR. No. Cuando ya no nos quede agua, cuando nos apaguemos con la luna, volveremos a al-Ándalus.

DARIR. Me duele el pecho, señor. ¿Cómo puede a un muerto como yo dolerle el pecho? Me parece que voy a morirme cien veces más.

IBN AMMAR. Si yo no me hubiera ido, si yo no me hubiera escapado, si yo no hubiera sido un traidor... Hoy tengo un pozo de sangre congelada. El rey Almutamid es un pobre desgraciado. Príncipe de los vivos, hoy vives olvidado entre los muertos, y no hay quien sepa de tu nombre. ¿De qué nos vale el recuerdo del viejo camellero? ¿De qué nos vale la palmera con su sombra azul sobre la arena? Tú y yo recordamos juntos el calor de la desconocida Arabia, ¿no ves que todos llevamos en el alma un recuerdo incapaz, una casa inventada? Ni en el color del vino ni en el olor de las sábanas encontramos nunca el vientre deseado. Nos hemos amado mucho, Almutamid.

DARIR. No debéis exponeros demasiado a la luz de la luna. Ya no sois un joven amante, señor.

Desaparecen las figuras.

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